La historia de esta ruta comienza en el verano de 1994, cuando rodando la TransHimalayan Highway una de las carreteras Top-10 del mundo, compartimos los últimos km con un grupo de franceses. Un día lluvioso se prestó a refugiarnos en un café a contarnos piadas, y Fabian nos habló de las gargantas del Dadès y del Todra, en el Alto Atlas marroquí.
Seis años más tarde, en la primavera de 2000, cuando los bicicletos comenzaban su vuelta al mundo, buscamos esas famosas gargantas. Marruecos es uno de esos paises que no defraudan a un cicloturista. De norte a sur, a medida que nos acercamos al desierto, bosques y ríos desaparecen, y aparecen estepas y montañas crudas bajo una luz calcinante. Si a esto añadimos la tradición hospitalaria de los bereberes, población de la zona, el cóctel resulta de lo más estimulante.
Recuerdo que éramos 9 en el grupo. Una pequeñita caravana con camellos de hierro, tiendas de nylon y cocinas de queroseno. Todo cambia. Pero el espíritu persiste. Era invierno y nos acercábamos por el norte. El agua se congelaba por las noches en Imilchil, donde se unen las cordilleras del Medio y del Alto Atlas. En Agoudal tomamos una decisión salomónica: el grupo se dividiría en dos para poder rodar las dos gargantas. Una semana más tarde nos reunimos en Tinghir, famoso por su palmeral, de unos 70 km de largo. Seguimos por el Jbel Sharo, el Alto Atlas, el Sahara...
Y otros 15 años más tarde, volvimos a explorar la ruta, esta vez en coche y con dos Javieres. Llegamos a Marrakech en mal momento: comienzo de ramadan. Los tugurios donde beber cerveza, los hornos donde cocinan corderos enteros, todo cerrado. Nuestro gozo en un pozo. Menos mal que nos quedaba la aventura de visitar otra vez las gargantas. Un día entero de carretera para ir hasta Boumalne Dadès amenizado por la memoria elefantiásica de Javier I y la verborrea políglota de Javier II. De nuevo en Tinghir es difícil reconocer algo: urbanizaciones en construcción, grúas y tufillo a burbuja inmobiliaria. Una extensión contínua de casas y hoteles bordea la carretera. Sólo reconozco la garganta del Todra una vez que estamos dentro. Incluso allí, los vendedores de baratijas han convertido la carretera en un bazar, pero, derrotados por el ayuno, dormitan a la sombra como reptiles, siempre dispuestos a avasallar a los turistas incautos.
Por fortuna, el paisaje mágico vuelve en la siguiente curva, ahora con asfalto hasta Imilchil. Seguramente esto ha facilitado mucho la vida de los residentes y facilitará sin duda la ascensión en bici al Tizi n’Tirherhouzine (2683 m) , primera dificultad de la ruta. Es junio y las orillas de los ríos están llenas de huertas y campos de cereales en pleno verdor. El contraste los ocres y grises de las montañas es cautivador. Paramos a disfrutar del espectáculo del atardecer, moviéndonos con dificultad por las laderas llenas de matorrales espinosos que sólo las cabras logran ramonear. Llegamos a Agoudal y comprobamos los cambios del 'desarrollo': muchas más casas, por fortuna aún construidas en adobe, y muchos más niños, con sus caras sucias y sus bicis destartaladas.
Desde aquí ya no hay asfalto, pero la pista está en buen estado. Los ríos llevan poca agua y Javier II sortea los vadeos con pericia. Es el tramo más alto y dramático de la ruta. En cada parche de hierba pastan ovejas, cabras, alguna vaca y ¡hasta dromedarios! Llegamos al techo de la ruta: el Tizi-n-Ouano (2900 m). Los pastores nos saludan desde lejos y algunos se acercan al coche para conseguir caramelos, cigarrillos, cacahuetes, lo que sea. Javier I fotografía ávidamente la flora rala y tenaz de estas alturas, mientras Javier II parlamenta en su particular esperanto con los lugareños.
Tras el descenso llegamos a las orillas del río Dadès y nos introducimos en sus gargantas. Vuelven el asfalto, las riberas cuidadosamente cultivadas, los paisajes de película. Buscamos alojamiento, las calles se vacían con la llamada del almuecín, en pocos minutos podremos compartir la harira, los dátiles, el té..., con los hambrientos creyentes. Ya en Marrakech ordenamos toda la info y los contactos que hemos hecho.