Ya fuimos Eva y Josetxu hace más de un año a esta sierra que se separa de los Gredos y viene a terminar en las tierras de Talavera. En aquel entonces decidimos seguir la senda de Viriato o GR-63, que une de forma un tanto arbitraria a todas las poblaciones de la comarca. Desde las dehesas del piedemonte hasta los bosques de castaños, robles o pinos de las cumbres, hay muchas cañadas y caminos para disfrutar del velocípedo. Los pueblos, de poblaciones muy escasas, guardan rincones acogedores, curiosos, a veces sorprendentes, y casi siempre algún lugar donde comer o dormir a gusto.
Pero el diseño del GR no se acomoda a una ruta cómoda para la bici y nos pasamos el fin de semana buscando variantes con el fin de rodar una ruta circular y cómoda para conocer la sierra. A pesar de no poder completar la tarea, nos prometimos volver a explorar estas olvidadas montañas y su pueblos. Así que este veranito, en pleno puente de la virgen de Agosto y con la calor manchega, me pillé un bus desde Madrid y me bajé en Pelahustan, en el extremo oriental de la sierra de San Vicente. Casi no puedo salir porque la empresa de autobuses, CEVESA, no es muy amiga de las bicis. No puedes viajar en sus buses los viernes, sábados ni domingos: ¡Ya somos europeos! Era jueves víspera de festivo y el conductor tuvo que pedir permiso al jefe. Luz verde y en un par de horitas me deja en Pelahustán, nombre exótico como muchos de la sierra. Huyo de puntillas de las fiestas y el alboroto de la plaza, y enfilo la cañada que se dirige al oeste. A pocos metros de Nuño Gómez, otro pueblo con nombre exótico, oigo el bullicio de la música, la tómbola y las casetas. Reculo un par de km hasta reencontrar un rinconcito que vi al pasar: una antigua fuente. En estas fechas está seca pero la higuera de al lado resiste y me ofrece un lugar ideal para poner mi mosquitera y pasar una agradable noche al raso.
Al día siguiente, con los primeros rayos me levanto y salgo zumbando, para aprovechar la fresca de la mañana. Llego a la plaza del pueblo, donde deambulan los ultimos resistentes de la larga noche, con voces roncas y risas flojas. Por aquí ya pasamos hace un año y recorrimos el flanco sur de la sierra, a tramos por la senda Viriato hasta Segurilla. Esta vez sigo las carreterillas para adelantarme a las zonas donde busco las variantes que me ayuden a trazar una ruta más 'lógica'. En el polideportivo de Castillo de Bayuela, otro pueblo, cruzo la carretera e intento subir por el camino de los llanos, que se dirige a Hinojosa de San Vicente. Error. Un pedregal cuesta arriba pone el límite a mis fuerzas y técnica: sólo pa' los lolos. Así que vuelvo al polideportivo y empiezo a buscar las cañadas que se dirigen hacia San Román de los Montes. Primero hacia el sur y luego hacia el oeste, bordeo la urbanización Serranillos Playa y llego a San Román. Pueblo muy recoleto, con un castillo, un bonito pozo, una plaza mayor chula... Paro en la ermita de San Miguel y almuerzo un poco. Son las 10 y el sol ya esta empezando a ser inclemente. Sigo la cañada del arroyo del Valle, muy chula y casi toda cubierta de cemento. Llego a Marrupe y continuo por la carretera hasta Sotillo de las Palomas. Desde aquí quiero llegar al cerro de San Vicente. Unas cañadas atraviesan unas cuantas fincas ganaderas donde hay que abrir y cerrar 4 o 5 portillas. Algún repecho y algún tramo entre vacas que pacen tranquilas mientras les doy los buenos días. Al llegar a la carretera compruebo de nuevo que muchas fincas privadas no respetan la servidumbre de paso. Un km más al sur la entrada sigo las direcciones a la finca La Solana. Una cuestecilla y justo en la entrada de la finca sigo el camino que sube, y sube, y sube hasta un resalte ya conocido, por donde pase hace un año.
Esta vez, en vez de seguir hacia el embalse del Guadyerbas, tiro directo al puerto de Piélagos. Los castaños van cediendo espacio a los pinos. La pista se empina pero se deja. Algun tramo duro esta cubierto con cemento. El sol casca y a cada rato me paro en las sombras a recuperar el resuello. Me cruzo con ciclistas que bajan del cerro. Buena señal. Un par de zetas y la pista desemboca en la carretera, frente al convento de Piélago y tan sólo 200 m del puerto de El Piélago. ¡Cumbre! Pero las mejores vistas estan un poquito más arriba. Aparco la burra, y me llevo la cámara de fotos. Una senda sigue desde el puerto a la cima del cerro de San Vicente. Este promontorio rocoso ofrece unas vistas inmejorables de las tierras de Talavera, el Tajo, los montes de Toledo, las Villuercas, el valle del Tiétar, los Gredos... Allí se encuentran las ruinas de un eremitorio cristiano, al lado de una antigua fortaleza musulmana, construida sobre un altar ceremonial romano, posiblemente donde los colegas de Viriato, primeros pobladores celtíberos de la zona, encontraron un lugar donde adorar a sus dioses y soñar el más allá. Cien metros cuadrados con muuuucha historia. Fotos de rigor, beber mucho, un puñao de frutos secos, un momento de descanso y creo que con lo rodado hoy y aquel fin de semana anterior, ya podemos diseñar una rutica maja por toda la solana de la Sierra de San Vicente, tras los pasos de Viriato.